www.paquebote.com > Horacio Quiroga
Como ha dicho Roberto Ibáñez, "para Quiroga escribir un cuento no era tarea específicamente distinta a rozar un sembrado, arbolar su meseta, construir una canoa, destilar naranjas, fabricar cerámica, abrirse camino en el monte con su machete, experimentarse como pionero. Procedía en todo con la misma pasión directa. A estos principios adaptó su lenguaje y su técnica de narrador".
El Diario de viaje a París es el único testimonio de la estancia de Quiroga en la capital francesa durante la Exposición Universal de 1900. Sus páginas, que contienen anotaciones literarias y valiosas observaciones sobre la atmósfera de la ciudad, son sin embargo la historia de una decepción. «Créame –escribió Quiroga a un amigo–, yo fui a París sólo por la bicicleta». A su regreso, el escritor rioplatense daría con otra colosa más adecuada a su temperamento: la selva. Sobre ese encuentro versa su correspondencia, recogida aquí en su versión más completa hasta el momento. Además de numerosas impresiones sobre la selva, en sus cartas pueden rastrearse reflexiones sobre la naciente profesionalización de la escritura, la vida cultural porteña, sobre Alfonsina Storni, Leopoldo Lugones o Julio Herrera y Reissig. Las últimas cartas, mucho más abundantes y profundas desde que Quiroga decidió abandonar la escritura, son quizás la obra que no tuvo tiempo de escribir: «el libro de mi vida, en fragmentos».
Tres cuentos que se nutren de la propia experiencia del autor y que tienen en común la misma mirada irónica de la vida en pareja y de las relaciones entre los sexos. En "Miss Dorothy Phillips, mi esposa", parte de su experiencia como crítico cinematográfico para relatarnos una historia de amor imposible del narrador con una actriz. El titulado "Un idilio" recrea una situación muy frecuente en la época, el matrimonio por poderes. "La voluntad" relata una aventura en la selva de una pareja rusa, cuyos estrambóticos motivos sólo se descubrirán al final.
Misiones, como toda región de frontera, es rica en tipos pintorescos. Suelen serlo extraordinariamente aquéllos que, a semejanza de las bolas de billar, han nacido con efecto. Tocan normalmente banda, y emprenden los rumbos más inesperados. (...) Así comi